El 29 de julio del año 2000, la banda terrorista ETA asesina en Tolosa a Juan Mari Jáuregui, exgobernador civil de Guipúzcoa. Diecinueve años después, Meixabel Lasa, su viuda, invita a su casa a Ibon Etxezarreta, uno de los etarras que participó en el atentado y por el que cumple cuarenta y tres años de condena, para comer, hablar e intentar entender la sinrazón que acabó con la vida de su marido.

La extorsión fue una de las fuentes de financiación de ETA durante cinco décadas, además de los secuestros y de los atracos. La mayor parte de sus ingresos ilegales provenían del cobro de estas extorsiones, conocidas como «impuesto revolucionario».

Cuarenta y ocho horas pasaron entre el secuestro y el asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Ermua, Vizcaya; dos días de conmoción, dos días que cambiaron España, dos días que mostraron el hartazgo de una sociedad cansada de tanta violencia inútil.

Desde sus primeros pasos, ETA cometió actos bárbaros y errores logísticos que fueron vistos, tanto por la opinión pública como por el pueblo vasco, como acciones que debilitaban a la banda en lugar de reforzar sus argumentos: el asesinato del guardia civil José Pardines en 1968; el asesinato de Fermín Monasterio, su primera víctima civil, en 1969; el asesinato de Pertur, militante de ETA que rechazaba la estrategia salvaje de la banda, en 1976; el asesinato del empresario y político Javier Ybarra, en 1977…

Durante los primeros veinte años de la lucha contra ETA, los cuerpos y fuerzas de seguridad españoles se limitaron a comprender el entramado de la organización, enfrentándose a sus bárbaros atentados y secuestros de uno en uno. ¿Cómo consiguieron entonces acabar con la banda?

ETA fue derrotada por las autoridades, ETA no decidió dejar las armas y disolverse cuando así lo decidieron sus dirigentes. Las sucesivas detenciones, cada vez más cortas en el tiempo, así como la profusión de infiltrados y confidentes que la horadaban por dentro, aceleraron su final.